Por Ángel Escudero Villanueva, Médico Promotor de la Salud.
¿Qué restauramos? Tras un proceso de restauración se recupera la belleza, el esplendor, el color y la luz original que con el paso del tiempo y los problemas de la vida vamos perdiendo.
La soberbia, la ira, el rencor, apagan nuestra luz y nuestra belleza. La humildad, gratitud, bondad y el amor, restauran nuestra luz y nuestra belleza.
En este proceso restaurativo la meditación no es el objetivo. La meditación me entrena y me prepara para vivir con la mente en calma y concentrada en vivir con humildad, gratitud, bondad y amor.
Una mente dispersa genera infelicidad, hace un trabajo ineficiente porque consume mucha energía. Una mente en calma y concentrada hace un mejor uso de sus capacidades y permite encontrar soluciones útiles, constructivas, restaurativas y eficientes. Este estado me acerca a la felicidad y da sentido a la vida.
La naturaleza humana está diseñada para dar y recibir amor. Todo lo que me aleja del amor me enferma. Todo lo que me acerca al amor me sana y restaura.
Todo lo que haga en la meditación debe ir dirigido a fortalecer y perfeccionar mi forma de generar y recibir amor. A este estado de atención amorosa se llega trabajando la voluntad de cuidar. Si empiezo cuidando, terminaré amando.
El amor es la gran manifestación espiritual. Es el gran alimento del alma. Si en mi vida no hay amor, mi alma se debilita y mi cuerpo enferma.
La meditación me prepara y dirige la acción. Por eso la meditación es una escuela de amor. Cuanto más avanzo en la vida interior, en vivir con una atención amorosa, más recursos encuentro para afrontar los problemas cotidianos manteniendo la paz y la esperanza.
Avanzo cuando la meditación va de una actividad intelectual a una búsqueda amorosa. Cuanto más avanzo, más se simplifica la meditación: sin palabras, sin pensamientos. La meditación se convierte en un único y sencillo acto de amor, así es como la meditación nos une.
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